miércoles, 10 de febrero de 2010

La culpa es tuya

Resulta que estoy mirando el diario Perfil, y dice el titular: Anuló el matrimonio porque ella tenía barba y era bizca.

Vamos a ver. Vos salís una noche, ponele un sábado, te pusiste en pedo, cuatro y media, cinco de la madrugada estás más solo que Robinson Crusoe y la viste ahí.

- Hola harmosa, ¿sodita?
- ¿Eh?
- Si estás sodita o agompaneada, devena.
- Sola, sí, como te llamás.

Y ahí arranca el tema. Terminas bien la noche, contento. Domingo tres de la tarde, te despertaste solo, con resaca. Cuatro y media teléfono, ella, para preguntarte cómo estás. Con resaca, cómo vas a estar. ¿Nos vemos más tarde?, te dice. Ni en pedo, pensas. Bueno dale, te llamo porque no sé qué voy a hacer todavía, le terminás diciendo. Ese domingo no la ves, tenés que ir a la cancha, volver, escuchar cómo terminaron los demás partidos, cenar, ver el resumen de goles e irte a dormir.

Lunes, te llama cuatro veces. Martes, ocho veces. Uno es un caballero, no podés insultarla ni decirle que no te llame más. Una vez más, si o si la tenés que ver. Listo, quedaste para el Jueves.

Jueves. Sobrio. Nueve en punto. Llega. Chasco. La viste y pensas cuál habrá sido el nivel de alcohol para cometer semejante error. Te saluda, la saludás. ¿Qué tal estás?, te dice. Vos por dentro pensás, para el culo. Bien, bien. Ahí empezás a pensar cómo hacés para huir. Le decís que te tenés que ir. ¿Tan rápido?, te dice. ¡Volando!, pensas. Sí, mirá me tengo que ir porque mamá está internada. ¿Es grave?, te dice. Mirá, el médico me dijo que se moría entre hoy y mañana, así que no puedo faltar. Pobre, ¿qué tiene?, te rompe las pelotas. Influenza H1N1, le decís. Taxi, au revoir.

Listo. Te fuiste, no la viste nunca más en tu puta vida. Esto es lo normal en Occidente, detalle más detalle menos. Pero, pero, pero aparentemente en Oriente, de donde era oriundo el tipo de la noticia, es distinto. Vos no le podés ver la cara a la mujer, porque en todo momento viste un velo. Y solo casándote podés quitarle el velo.

Jodido, ¡eh!. ¿Cómo comprás sin ver?. Es como comprar por internet. A veces te cagan. Pero, hoy por hoy hasta eBay tiene la posibilidad de devolver lo que no te gustó. ¿Cómo hacés con una mina?, imposible. Además hay una cuestión estadística, uno cuando sale a la calle de cada diez mujeres, máximo tres están buenas, cinco te las bancás como amigas y dos que no las casa ni Roberto Galan. Ojo, porque hay países donde los números son mucho menos favorables. En el mejor de los casos, tenes que tomar la decisión de casarte, con una probabilidad de solo treinta porciento.

Además con el tema del velo, vos por ahí te hacés la cabeza porque tiene linda voz, y luego te encontrás con una que se parece más a Tevez que a Pampita. El velo es el problema. Ni las curvas te deja ver. ¿Y si no tiene curvas y es una tabla?. ¿Y si en vez de una tabla es un redondel?. Abajo de esa sábana se puede ocultar cualquier forma geométrica.

Lo que pasa que la mina es turra, también. Porque si está buena no te lo dice. Y si es fea tampoco. Nadie en este mundo se mira al espejo y dice: ¡Qué feo soy!. Porque el cerebro viene preparado para que cuando vos te veas en el espejo te reconozcas como vos mismo. Entonces nunca te ves feo. Te podés ver gordo. O flaco. O alto. O petiso. Podés desear más músculo. Pero feo no se ve nadie en condiciones normales.

Ahora, ojo, el tipo es un pelotudo. Porque fijate, cuando vos ves el aviso clasificado en el diario y llamás para hablar con el dueño del auto que se vende, lo ametrallás a preguntas antes de ir a verlo. ¿Chocó?, ¿La pintura como está?, ¿Y de motor?. Acá lo mismo. Vos te sentás a tomar un té -porque los árabes toman té- y ahí le podés ir preguntando de a poco.

Che, y contame un poquito de vos, ¿de tetas cómo venis?. Así le podés hacer un radiografía. Pero claro, nunca te va a decir que tiene barba o es bizca. Está bien. Ocultar vale. En Occidente nos pasa igual. Vos te juntás con una mina que te parece encantadora y luego no era así. Y vos tampoco le dijiste a ella que a la mañana te tirás pedos. Pero en el mundo árabe es más más complicado el tema, porque además de la mentira normal, tenés que adivinar qué se esconde debajo del velo. Conocer una mina en el mundo árabe es como participar de un programa de entretenimientos de sábado por la tarde: descubra qué se esconde abajo del velo.

No le veo solución. Quizás hay que cambiar la ley y que antes de dar el sí del casamiento, te permitan mirar. O sino que los tipos también usen velo. O que nadie use velo. Pero estas alternativas están lejos de la cultura árabe.

Se me ocurre una alternativa mejor: todas las minas antes de usar velo, tienen que ser calificadas por un grupo de especialistas. Como si fuera un defile, ponele. Entonces después del desfile la mina se lleva la nota a casa. Puntuación de cero a cien. La calificación la tiene que llevar bordada en el velo. Si te sacaste quince, te jodés. Buscate un tipo de quince. Siempre hay un roto para un descosido.

¿¡O no!?

El del 0.33%

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lunes, 1 de febrero de 2010

Conociéndome

A lo largo de mi vida he ido conociendo mi cuerpo cada día más. No hablo desde el punto de vista visual, ni tampoco esos primeros años donde uno descubre que tiene pito o un agujerito en la panza que se llama ombligo.

Hablo de otra cosa. Hablo de saber cómo funciona. Qué pasa si como tal cosa bajo ciertas condiciones. Qué pasa si bebo tal cosa en exceso. Y así.

Voy a empezar por el final: en mi vida me cagué encima cuatro veces. Literalmente. Así como lo leen. Tengo la desdicha de tener mi sistema digestivo muy rápido y tener la necesidad de cagar tres o cuatro veces por día. Y a veces no llego, bien porque estoy lejos de un servicio o bien porque el torrente es tremendamente insostenible.

De las cuatro veces que me pasó la tragedia, quiero contarles la peor. La más inmunda, pero a la vez la más placentera.

Tenía diecinueve años. Estaba en segundo año de la facultad. Me junté con unos compañeros en un bar del centro de La Plata. Bebí, me divertí, y en un momento noté que era tarde y decidí irme para mi casa. No había tomado nada de alcohol, porque mi viejo me había prestado el auto.

Salgo del bar a las dos y pico de la madrugada de un viernes, me subo al auto y perfilo para mi casa. A las pocas cuadras, empiezo a notar que toda la Coca Cola con hielo que había tomado, empieza a hacer revolución. No lo aguantaba. Se venía. Ya estaba ahí. Doblo a toda velocidad por Plaza Italia, y antes de tomar la diagonal setenta y siete paro en la Estación de Servicio. Voy al baño, tiro del picaporte: Cerrado, exclusivo para clientes pida la llave en recepción.

Voy a recepción, no hay nadie, el único encargado estaba verificando el camión que llena los tanques, con lo cual no podía atenderme. Me subo al auto y me voy.

El semaforo de avenida trece y calle cuarenta lo pasé en rojo. Mis tripas se retorcian de una manera que era insoportable. No podía más. Pensé en parar en la Plaza Belgrano y cagar al lado de un árbol, me dí cuenta que lo mejor era hacer el trayecto que faltaba.

No frené en casi ninguna esquina. No le daba paso a nadie. La velocidad de aquél auto era por lo menos ochenta kilometros por hora, y tomaba las curvas como Carlos Sainz. Al fin llegué a mi casa.

Entro por el garage, y ahí tomé la primer decisión importante: cago en el baño que está al lado de la parrilla en el quincho a unos cuarenta metros de la casa o abro las dos puertas que faltan para llegar al baño de casa. Es de noche, hay que buscar las llaves salgo cagando a toda velocidad para el fondo.

Llego al quincho, tiro del picaporte, mi vieja había cerrado la puerta porque adentro guardabamos la máquina de cortar cesped y algunas cosas más. Me cagué pensé en un momento pero vi que la ventana del quincho había quedado abierta. Me metí por la ventana, corrí hasta el baño.

Llegué, rojo del dolor, me bajé los pantalones hasta abajo y en ese momento pasó lo peor. Explotó.

La panza se comprimió con los muslos de las piernas, los intestinos se apretaron y ¡¡bluuaaaff!!....Todo, absolutamente todo sucio. Azulejos blancos, piso blanco, inodoro, tabla y tapa del inodoro, rollo de papel hiégnico, piernas, pantalones, zapatos, camisa, todo era un cuadro pintado por mierda.

Luego de la explosión, tocaba lo peor. Limpiar todo. Lo primero que hice fue sacarme toda la ropa dentro del propio baño. Me quedé totalmente desnudo, con las piernas y los pies cagados. Agarré el jean y con eso me limpié un poco. Salí en pelotas por la ventana del quincho y fui a buscar la manguera.

Cuando estoy yendo por la mitad del parque con la manguera en la mano y en pelotas, mi hermano prende la luz de su cuarto y se asoma por la ventana. El dialogo fue más o menos este:

- ¿Qué hacés a esta hora en bolas? ¿Al quincho venis a garchar?
- No, me cagué encima.
- ¡Uuuhh! qué tipo más pelotudo.

Cerró la persiana y siguió durmiendo. Mi trabajo recién empezaba. Conecté la manguera, y me limpié con agua fria, en pelotas y en el medio del parque. Luego a manguerear todo, juntar la ropa y lavarla, cepillar los azulejos, el piso, y todos los accesorios del baño. Una vez que terminé con eso, trapo y lavandina, porque el olor que había no se iba con nada.

Deje todo perfecto. Sin embargo, aquella noche épica me ayudo a comprender que Coca Cola con hielo no puedo tomar más de un vaso pequeño. Con el tiempo también aprendí que el café con leche es letal, la pileta inmediatamente después de comer es tremenda, y cenar con el torso desnudo con un ventilador cerca, no tiene otro resultado distinto que una explosión de placer.

El del 0.33%

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