jueves, 12 de abril de 2012

La lista

En Diciembre de 1999 cumplía un año trabajando para el departamento de riesgo de mercado de un reconocido banco de la city porteña. Damián y yo eramos los únicos dos que hacíamos los cálculos de riesgo para reportar al Banco Central y al management.

Ambos habíamos llegado en la misma fecha y comenzamos de cero a definir modelos, procesos y estándares que luego serían usados por más de una década. Fue un trabajo que nos costó muchas horas, mucho esfuerzo y, por sobre todo, muchas horas de lectura para dos jóvenes economistas guiados apenas por un par de gerentes que poco sabían del tema.

Eduardo R. era nuestro superior inmediato, era el gerente del Back y Middle office del banco. En ese momento tenía unos cincuenta años, alto, de buen porte, abundante cabellera, siempre muy bien empilchado. Un tipo con pinta, ganador.

Eduardo R. tenía una secretaria joven, de veintiseis años, Jorgelina era su nombre. Alta, morocha, delgada, piel muy blanca, ojos verdes y un culo que era un escándalo. Damián todos los días coqueteaba con Jorgelina. Un día la invitaba a almorzar. Otro día le dejaba un chocolate. Los lunes se contaban qué habían hecho el fin de semana. Un año así.

Eduardo R. reportaba al Director de Mercado de Capitales, Mario S. Cuando Mario S. caminaba por los pasillos la gente dejaba de hablar. Era un tipo con un carácter muy jodido, increíblemente inteligente y mucho más astuto que cualquier otra persona dentro del Banco.

Mario S. tenía dos asistentes: Gloria, su secretaria de siempre y María Eugenia, su recepcionista. Euge era -es- hermosa. Una mina delicada, muy simpática, piernas larguísimas, rubia, ojos color miel y buenas tetas. En ese momento tenía veinticinco. Para poder trabajar con Mario S. era imprescindible ser inteligente, muy inteligente, de lo contrario no había chances de nada. Y Euge lo era.

A Euge la invité a salir cien veces. No, mil. Mil quinientas. Pero era de esas minas tan simpáticas que para no decirte que no te sonríen y te ponen siempre la excusa perfecta. Yo sabía que eran excusas, pero me gustaba y todos los días aportaba mi granito de arena para poder salir con ella. Estaba casi enamorado, era preciosa.

El veintidos de diciembre del año 1999 a las cuatro y pico de la tarde, Eduardo R. nos llamó a Damián y a mí a su oficina. Lo primero que pensamos fue quilombo. Nos hizo sentar, nos miró con la cara muy seria y nos dijo, palabras más palabras menos lo siguiente:

"Estoy muy contento con el trabajo que hicieron. Pocas veces en mi carrera bancaria vi gente joven con tanto empuje como Ustedes, y sobre todo, con las ganas de aprender que tienen. Han creado las bases para que el área de riesgo de mercado funcione de acuerdo a las normas del Banco Central y de nuestro propio Banco. El banco les dará un bonus de acuerdo al esfuerzo realizado, y yo, desde el punto de vista personal quiero invitarlos hoy a cenar para agradecerles".

Con Damián nos miramos, sonreímos, agradecimos y nos fuimos a seguir con lo nuestro. A las seis de la tarde de ese mismo día, nos acercamos a la oficina de Eduardo R. y le preguntamos dónde nos teníamos que encontrar. Eduardo R. nos contestó que él mismo nos llevaría en su auto y que debíamos esperarlo para salir todos hacia el restaurante.

Ocho y media de la noche y nada. Nueve de la noche, nada, sin novedades. Nueve cuarenta de la noche entra Mario S. a la oficina de Eduardo R. y salen los dos caminando. Mario S. levanta su mano izquierda, como quien llama al mozo y nos mira para que vayamos. Mario S. a la cena, pensamos los dos a la vez. Cagamos.

Nos subimos los cuatro al auto de Eduardo S. y fuimos a cenar a un lindo restaurante de Madero. Allí nos acomodamos, ellos dos frente a nosotros dos y las primeras palabras las arrojó Eduardo S.

-Bueno, tanto Mario como yo queremos agradecerles nuevamente el esfuerzo que han realizado por el Banco y además haber aceptado estar aquí cenando con nosotros.

-Muchas gracias por la invitación Eduardo, nosotros solo hemos hecho lo que creemos que debíamos.

Mario S. nos mira y nos dice:

-Quiero hacerles un regalo especial. Ustedes hace apenas un año que están en el Banco pero yo hace veintisiete que trabajo allí. Este regalo que les haré los ayudará mucho con su vida profesional dentro del Banco.


En ese mismo instante, Mario S. saca su agenda, la abre al medio, nos da una lapicera y nos dice:

-Me gustaria que mientras cenamos me escriban en una página todos los nombres de toda la gente que a Ustedes les interesaría saber mi opinión. A la derecha anoten a los hombres y a la izquierda las mujeres.

Nuestro desconcierto era inmenso. No podíamos creer lo que estabamos viviendo. El hijo de puta más grande que tenía el Banco estaba cenando con nosotros y ofreciéndonos información de cada una de las personas que nosotros quisieramos.

La cena duró más de dos horas, hablamos de todo lo que pueden hablar cuatro hombres, fútbol, política, el Banco, mujeres, todo. Cuando terminamos el postre había más de treinta nombres en las dos páginas de la agenda, esperando las definiciones precisas de Mario S.

Le hacemos entrega de la agenda, tomó su lapicera y empezó a tachar uno a uno con su propia definición:

-Tapia, de Operaciones. Un hijo de puta, tengan cuidado.
-Robledo, un pelotudo tremendo. Inofensivo.
-Diana G., flor de puta la vieja esa, se la coje Duarte.

Nosotros callados. Serios. No podíamos creer lo que veíamos. Cuando habían pasado muchos nombres veíamos que las dos minas que a nosotros nos interesaba no aparecían. No decía nada de Euge y tampoco decía nada de Jorgelina. Él por su parte seguía:

-Susana Ayala, muy buena mina. Su hijo tiene problemas de salud, buena mujer. Pueden contar con ella.
-Ricardo Méndez, grandísimo jugador de fútbol, no sé cómo terminó en el Banco, tenía que ser jugador. Macanudo.

-Maldonado, buen tipo pero una vez me cagó y no lo perdoné nunca. No se confíen.

Siguió, siguió y siguió y en un momento cierra su agenda sin nombrar a Jorgelina, la mina de Damián ni a Euge, la mina que me volvía loco a mí. Mario S. siguió tomando su café y nos dijo:

-Bueno, ya saben lo que opino de cada uno.

Inmediatamente, Damián lo mira y con la confianza que ofrece una cena en esas circunstancias le dice:

-Mario, no nos nombró a Jorgelina y creo que tampoco nombró a María Eugenia.

Mario S. se acomodó la corbata, pasó su mano por su pelo, como quien se peina hacía atrás y nos dijo:

-Pendejos, yo sé que vos te querés cojer a Jorgelina y vos te querés cojer a María Eugenia, pero lo cierto es que yo me cojo a Jorgelina y Eduardo se coje a María Eugenia. Así que dejensé de romper las pelotas porque los voy a cagar echando a patadas en el culo a los dos. Ahora ya saben para qué los traje acá. Pasen mañana a buscar su cheque del bonus y ya saben lo que tienen que hacer, tranquilitos con las chicas. Les agradezco haber venido.

A partir del día siguiente en adelante "buenos días" y "hasta mañana" fueron todas las palabras que escucharon esas dos chicas de nosotros.

El del 0.33%







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