jueves, 7 de febrero de 2013

Suegra: táctica y estrategia

Consejos para hombres casados

La suegra viene con tu esposa, no la elegís, viene sola. Mantener una relación amistosa con tu suegra es una de las cuestiones más complejas que existe en las relaciones humanas. Compleja porque desde el primer día es un cruce de miradas, gestos, caras de orto, comentarios que huelen a pólvora.

La primera táctica es marcar la cancha. No le tenés que dar un metro. Si le das un metro, te caga. Te caga porque agarra la manija. No le tenés que entregar la manija. Desde el primer día vos sos el que pone las reglas. Vos tenés que ser el que dice qué se hace y qué no se hace. En qué se puede meter y en qué tiene que cerrar el pico.

La segunda táctica más importante es no buscar aliados. La guerra con tu suegra es completamente distinta a cualquier otra guerra. Tenés que estar solo. Si buscás aliados cercanos mostrás debilidad, no tenés los huevos para aguantartela solo. Y ahí de nuevo te caga. Si vos buscás el apoyo en tu esposa mostrás que sos un pollerudo y que no tenés huevos. Perdés.

Tengo un amigo que lo tienen de punto. Me dice siempre: mi suegra es insoportable. No, vos sos un pelotudo, le contesto. Vos no sabés marcar la cancha y lo primero que hacés es mirar a tu esposa cuando tu suegra hace un comentario desubicado. Y cómo hago, me pregunta. Fácil, cuando se mete la mirás a los ojos y le decís con voz pausada: en este tema podemos opinar mi esposa y yo, los de afuera están de palo. Luego que terminás la frase te le quedás mirando fijo, no bajes la mirada porque cagaste. Si te quiere retrucar sacás trompita con la boca y con el dedo índice le hacés la señal de silencio sin hacer "shhhhh" que es maleducado. No me animo, me dice. Es un pelotudo.

La tercera táctica es no tenerle miedo al marido. Si vos le tenés miedo al marido entonces le tenés miedo a ella. Así funciona. Ella y el marido son uno. Lo que pasa que el marido te entiende y está de tu lado pero no lo dice. Tu suegro es un capitulo aparte, es la torre en un juego de ajedrez, importante sí, pero nunca será la reina. Porque la marimandona es la reina, es ella y a ella hay que marcarle la cancha.

La estrategia es mantener en el largo plazo esa sensación de ojo con el desequilibrado de mi yerno porque si se calienta puede ser un nuevo Barreda. Si vos podés mantener la tensión central, ganaste. Si sos capaz de manejar los tiempos no te joden nunca más en tu vida. Pero no bajes la guardia. No bajes los puños porque el jab está ahí esperando el comentario malintencionado para recordarte que vos sos un tipo de mierda.

Y sí, sos un tipo de mierda. Sos tan de mierda que tu suegra tiene que pensar quince veces antes de decirte algo. Pero te digo algo, si vos conseguís que antes de hacer un comentario se lo piense dos veces, entonces te ahorraste una infinidad de problemas, tiempo, guita y malos ratos con tu esposa.

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jueves, 12 de abril de 2012

La lista

En Diciembre de 1999 cumplía un año trabajando para el departamento de riesgo de mercado de un reconocido banco de la city porteña. Damián y yo eramos los únicos dos que hacíamos los cálculos de riesgo para reportar al Banco Central y al management.

Ambos habíamos llegado en la misma fecha y comenzamos de cero a definir modelos, procesos y estándares que luego serían usados por más de una década. Fue un trabajo que nos costó muchas horas, mucho esfuerzo y, por sobre todo, muchas horas de lectura para dos jóvenes economistas guiados apenas por un par de gerentes que poco sabían del tema.

Eduardo R. era nuestro superior inmediato, era el gerente del Back y Middle office del banco. En ese momento tenía unos cincuenta años, alto, de buen porte, abundante cabellera, siempre muy bien empilchado. Un tipo con pinta, ganador.

Eduardo R. tenía una secretaria joven, de veintiseis años, Jorgelina era su nombre. Alta, morocha, delgada, piel muy blanca, ojos verdes y un culo que era un escándalo. Damián todos los días coqueteaba con Jorgelina. Un día la invitaba a almorzar. Otro día le dejaba un chocolate. Los lunes se contaban qué habían hecho el fin de semana. Un año así.

Eduardo R. reportaba al Director de Mercado de Capitales, Mario S. Cuando Mario S. caminaba por los pasillos la gente dejaba de hablar. Era un tipo con un carácter muy jodido, increíblemente inteligente y mucho más astuto que cualquier otra persona dentro del Banco.

Mario S. tenía dos asistentes: Gloria, su secretaria de siempre y María Eugenia, su recepcionista. Euge era -es- hermosa. Una mina delicada, muy simpática, piernas larguísimas, rubia, ojos color miel y buenas tetas. En ese momento tenía veinticinco. Para poder trabajar con Mario S. era imprescindible ser inteligente, muy inteligente, de lo contrario no había chances de nada. Y Euge lo era.

A Euge la invité a salir cien veces. No, mil. Mil quinientas. Pero era de esas minas tan simpáticas que para no decirte que no te sonríen y te ponen siempre la excusa perfecta. Yo sabía que eran excusas, pero me gustaba y todos los días aportaba mi granito de arena para poder salir con ella. Estaba casi enamorado, era preciosa.

El veintidos de diciembre del año 1999 a las cuatro y pico de la tarde, Eduardo R. nos llamó a Damián y a mí a su oficina. Lo primero que pensamos fue quilombo. Nos hizo sentar, nos miró con la cara muy seria y nos dijo, palabras más palabras menos lo siguiente:

"Estoy muy contento con el trabajo que hicieron. Pocas veces en mi carrera bancaria vi gente joven con tanto empuje como Ustedes, y sobre todo, con las ganas de aprender que tienen. Han creado las bases para que el área de riesgo de mercado funcione de acuerdo a las normas del Banco Central y de nuestro propio Banco. El banco les dará un bonus de acuerdo al esfuerzo realizado, y yo, desde el punto de vista personal quiero invitarlos hoy a cenar para agradecerles".

Con Damián nos miramos, sonreímos, agradecimos y nos fuimos a seguir con lo nuestro. A las seis de la tarde de ese mismo día, nos acercamos a la oficina de Eduardo R. y le preguntamos dónde nos teníamos que encontrar. Eduardo R. nos contestó que él mismo nos llevaría en su auto y que debíamos esperarlo para salir todos hacia el restaurante.

Ocho y media de la noche y nada. Nueve de la noche, nada, sin novedades. Nueve cuarenta de la noche entra Mario S. a la oficina de Eduardo R. y salen los dos caminando. Mario S. levanta su mano izquierda, como quien llama al mozo y nos mira para que vayamos. Mario S. a la cena, pensamos los dos a la vez. Cagamos.

Nos subimos los cuatro al auto de Eduardo S. y fuimos a cenar a un lindo restaurante de Madero. Allí nos acomodamos, ellos dos frente a nosotros dos y las primeras palabras las arrojó Eduardo S.

-Bueno, tanto Mario como yo queremos agradecerles nuevamente el esfuerzo que han realizado por el Banco y además haber aceptado estar aquí cenando con nosotros.

-Muchas gracias por la invitación Eduardo, nosotros solo hemos hecho lo que creemos que debíamos.

Mario S. nos mira y nos dice:

-Quiero hacerles un regalo especial. Ustedes hace apenas un año que están en el Banco pero yo hace veintisiete que trabajo allí. Este regalo que les haré los ayudará mucho con su vida profesional dentro del Banco.


En ese mismo instante, Mario S. saca su agenda, la abre al medio, nos da una lapicera y nos dice:

-Me gustaria que mientras cenamos me escriban en una página todos los nombres de toda la gente que a Ustedes les interesaría saber mi opinión. A la derecha anoten a los hombres y a la izquierda las mujeres.

Nuestro desconcierto era inmenso. No podíamos creer lo que estabamos viviendo. El hijo de puta más grande que tenía el Banco estaba cenando con nosotros y ofreciéndonos información de cada una de las personas que nosotros quisieramos.

La cena duró más de dos horas, hablamos de todo lo que pueden hablar cuatro hombres, fútbol, política, el Banco, mujeres, todo. Cuando terminamos el postre había más de treinta nombres en las dos páginas de la agenda, esperando las definiciones precisas de Mario S.

Le hacemos entrega de la agenda, tomó su lapicera y empezó a tachar uno a uno con su propia definición:

-Tapia, de Operaciones. Un hijo de puta, tengan cuidado.
-Robledo, un pelotudo tremendo. Inofensivo.
-Diana G., flor de puta la vieja esa, se la coje Duarte.

Nosotros callados. Serios. No podíamos creer lo que veíamos. Cuando habían pasado muchos nombres veíamos que las dos minas que a nosotros nos interesaba no aparecían. No decía nada de Euge y tampoco decía nada de Jorgelina. Él por su parte seguía:

-Susana Ayala, muy buena mina. Su hijo tiene problemas de salud, buena mujer. Pueden contar con ella.
-Ricardo Méndez, grandísimo jugador de fútbol, no sé cómo terminó en el Banco, tenía que ser jugador. Macanudo.

-Maldonado, buen tipo pero una vez me cagó y no lo perdoné nunca. No se confíen.

Siguió, siguió y siguió y en un momento cierra su agenda sin nombrar a Jorgelina, la mina de Damián ni a Euge, la mina que me volvía loco a mí. Mario S. siguió tomando su café y nos dijo:

-Bueno, ya saben lo que opino de cada uno.

Inmediatamente, Damián lo mira y con la confianza que ofrece una cena en esas circunstancias le dice:

-Mario, no nos nombró a Jorgelina y creo que tampoco nombró a María Eugenia.

Mario S. se acomodó la corbata, pasó su mano por su pelo, como quien se peina hacía atrás y nos dijo:

-Pendejos, yo sé que vos te querés cojer a Jorgelina y vos te querés cojer a María Eugenia, pero lo cierto es que yo me cojo a Jorgelina y Eduardo se coje a María Eugenia. Así que dejensé de romper las pelotas porque los voy a cagar echando a patadas en el culo a los dos. Ahora ya saben para qué los traje acá. Pasen mañana a buscar su cheque del bonus y ya saben lo que tienen que hacer, tranquilitos con las chicas. Les agradezco haber venido.

A partir del día siguiente en adelante "buenos días" y "hasta mañana" fueron todas las palabras que escucharon esas dos chicas de nosotros.

El del 0.33%







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miércoles, 5 de enero de 2011

Real quilombo

Melchor está armando la bolsa de los regalos, mensaje en el Blackberry. Es la esposa de Gaspar: ¿Cuándo pasas por acá, mi Rey?.

Se pudrió todo. El negro sabe. Baltasar sabe. Lo que pasa que se hace el boludo. Se hace el boludo porque sabe que si delata al otro con Gaspar, se arma la hecatombe.

Pero, la cosa no queda ahí. Gaspar, ni lento ni perezoso, está saliendo con la hija del medio de Melchor, compañera de colegio de la más chiquita de Baltasar en la Media 31 de Diagonal 80 esquina 46 de La Plata, con lo cual también sabe todo sobre este affair. No es un dato menor el del colegio, la piba es menor de edad, y aquél boludón ya tiene sus cuarenta y pico. Lo que pasa es que a la pendeja le gustan los viejos, y al viejo verde le encanta la carne joven. No está mal, ¡eh!. No digo que está mal, pero, que se yo, tratándose de Gaspar vos decís: pará, loco, le traés los regalos a mi hija, y dentro de diez años te la vas a querer garchar. Entonces te preocupás. Aunque mucho más preocupante sería si el personaje en cuestión es el negro. No porque sea negro, sino por lo que todos sabemos o intuímos.


Cuestión que esa misma noche salen los tres con las bolsas y los camellos:

Baltasar: Che, lo que pesa esta bolsa no te das una idea.
Melchor: Sí, esta también. No sé cómo mierda no le ponen rueditas.
Baltasar: ¿Qué morfamos hoy?
Gaspar: Pasto, si otra cosa no nos dejan.
Melchor: El pasto no es para nosotros.
Gaspar: Otra cosa no nos dejan.
Baltasar: Ya lo dijiste eso. ¿Y si pasamos por el Banchero de la Boca?
Gaspar: No negro, bancá que después arriba del camello me descompongo, algo más livianito.
Baltasar: Bueno, vos comé pasto que es livianito, nosotros arrancamos con fuggazza.
Melchor: Gaspar, antes tenemos que pasar por tu casa para dejarle un regalo a tu hijo menor.
Baltasar: ¡Cof!¡Cof!...Perdón me atraganté.
Melchor: ¿Qué pasa negro?
Baltasar: No, nada.
Gaspar: Escuchen, tenemos que pasar por lo de Melchor también, a dejarle un regalo a las chicas.
Baltasar: ¡Coffff!...¡Bujjjjjcofcof!!

Melchor y Gaspar miran sorprendidos a Baltasar.

Melchor: ¿Qué pasa negro que andás con esa tosecita boluda?.¿eh?
Baltasar: Nada. No sé qué carajo tengo.
Melchor: Dale negro, ¿qué pasa?
Gaspar: Cada vez que este pajero tose así, es porque se pone nervioso. No tose, son nervios.
Baltasar: Miren, me tienen con las pelotas llenas. No los aguanto más a ninguno de los dos. ¿Somos amigos o no somos amigos?
Melchor: Sí,¿y?. ¿Qué carajo tiene que ver la tos?
Baltasar: Yo no aguanto más.
Gaspar: ¿Qué cosa no aguantas, negro?
Baltasar: No puedo más. No puedo seguir en esta situación. Me siento frágil. Siento que estamos viviendo un momento de mierda. En un laberinto donde la entrada es la amistad y la salida la traición.
Melchor: Negro, explicate. No entendemos un carajo.
Baltasar: ¿No entendés?. Si vos sabés que yo sé, pelotudo. Si te estás garchando a la mujer de este.
Gaspar: ¿Cómo? ¿Qué dice el negro de mierda este?
Baltasar: Claro, ahora te digo la posta y vos me decís negro de mierda.
Gaspar: ¿Vos te estás garchando a mi mujer, eh?

Gaspar encara directo a Melchor

Melchor: Pará boludo, dejame explicarte.
Gaspar: Qué me vas a explicar, qué me vas a explicar, te voy arrancar la cabeza. Sos un hijo de puta, no tenés perdón. Cómo carajo me hacés esto. Te llevé durante cuántos años la bolsa de mierda esa. Esperé a que tu puto camello comá todos los pastitos. Me aguanté las cagadas del camello de mierda ese y tantas otras cosas más.

Gaspar intenta acogotar a Melchor

Baltasar: ¡No seas hipócrita, Gaspar!. Vos salís con la del medio de Melchor.
Melchor: ¿Quiiiiiiiiiiiiiiiiiii?
Baltasar: Eso, se garcha a Valeria, tu hija.

Melchor se agarra la cabeza, totalmente ido, mira para el cielo. No lo puede creer.

Melchor: A Valerita nuuuuuuuuuuuu, laaaaaa puta que te pariooooooo, te voy a arrancar la cabeza vení acá, vení acá hijo de puta y eso que tu vieja era una santa pero vos saliste un flor de cagador.
Gaspar: ¡Ah! Cagador yo. Claro, vos te cojés a mi jermu y el cagador soy yo.
Melchor: ¡¡Pero Valerita es menor de edad!!.

Melchor mira a Baltasar con mucha bravura.

Melchor: ¿Y vos?. ¿Por qué carajo no me dijiste antes?
Baltasar: Miren, arreglen sus problemas y a mi no me jodan. Voy a llevar los regalos.

Baltasar a punto de subir al camello.

Melchor: ¿Y cuánto hace que te cojés a Valerita?
Gaspar: Desde el año pasado. ¿Te acordás cuando fuiste a tirar los cuetes el treinta y uno?. Bueno, ahí me quedé tomando sidra y ananá fizz y trago va, trago viene...
Melchor: ¡Ah! !Encima la emborrachaste la reputa que te parió! Te voy a meter en canaaaa.
Gaspar: Pará. No la emborraché. ¿Ta?. Además qué carajo, si apenas le di un besito.
Melchor: ¡Te chapaste a mi hija en mi propia casa!.
Gaspar: ¡Y vooooo!.¡Te cojiste a mi mujer en la mía!
Melchor: No es lo mismo. Nosotros somos adultos.
Gaspar: Pero dejate de joder, Valeria tiene diecisiete.
Melchor: Es mi chiquita. No lo puedo creer que seas tan, pero tan garca.
Gaspar: Vos también sos garca, ¡eh!.
Melchor: Lo tuyo es peor.
Gaspar: No lo tuyo.
Melchor: Lo tuyo.
Gaspar: Lo tuyo.
Melchor: Lo tuyo.
Baltasar: Paren. Paren. Parecen dos idiotas. Paren. ¿Se dan cuenta que acá se terminó todo?. ¿Cuántos años de amistad?. Se fue todo al carajo. No podemos seguir.
Gaspar: Y no.
Melchor: Y no, la verdad que no.
Gaspar: ¿Qué vamos a hacer?
Melchor: Y no sé. Mínimo dejate de cojer a mi hija. Después charlamos.
Gaspar: ¡Y vos mi jermu, cabeza!
Baltasar: Hagamos las paces.
Melchor: Ni en pedo.
Gaspar: Yo por mi, no hay problema. Me separo de mi jermu y listo. Mi matrimonio terminó, con paces o sin paces.
Melchor: El mío también terminó.
Gaspar: Y sí, ¿o pretendías convivir con mi jermu y la tuya en el harén?
Melchor: No, ni en pedo. Si juntas son dinamita. Esas dos en el mismo harén un mes, se confabulan, me echan del harén y te arman la ruta del bacalao de Ibiza.

Baltasar se para entre Melchor y Gaspar

Baltasar: Tengo una idea.
Gaspar: A ver negro si por una vez en tu vida se te ocurre algo decente.
Baltasar: Intercambien las mujeres por camellos.
Melchor: Mierda, te rompiste el bocho, ¡eh!.
Baltasar: ¿Cuánto vale Valeria?
Melchor: Impagable. El nabo este va a tener que hipotecar todo. No le alcanza ni pidiéndole a Jesús que le devuelva el oro y la mirra.
Gaspar: ¡Qué jodón que está el boludo este eh!
Baltasar: ¿Cuánto vale tu jermu?
Gaspar: Dormida o mirando tele, mucho. Pidiendo que haga mandados, ni regalada la aceptan.
Melchor: Yo, la única forma que me quedo contento es que este tipo deje a Valeria.
Gaspar: No va a suceder, vas a morir en la amargura. Nos amamos.
Melchor: Ayyyy, nos amamos, nos amamos, dice la mariquita. ¡Puto!
Gaspar: ¡Cagador!

Baltasar los mira y sugiere

Baltasar: ¿Vamos al Banchero de la Boca?

(Silencio)

Gaspar: Y dale.
Melchor: Vamos.

Se dirigen a los camellos

Gaspar: Me separo y me caso con Valeria.
Melchor: Está bien, pero yo me caso con tu jermu.
Gaspar: Bueno, ¿Y tu jermu va a ir al casamiento mío y de Valeria?
Melchor: Sí, la que no puede ir es mi futura esposa, porque sino se pudre todo.
Gaspar: Ya se pudrió todo.
Melchor: Tenés razón.
Gaspar: Bueno, pero el negro es el padrino de ambas bodas ¡eh!.
Baltasar: ¿No pueden tomar una sola decisión sin tocarme las pelotas a mí?
Gaspar: No negrito, vos sos lo más importante de nuestras vidas.
Melchor: Sin dudas. Hoy todos los regalos son para vos.
Baltasar: ¿Juguetes y pasto?
Gaspar: Bueno, no todo son juguetes, siempre hay algún cincuentón que pone el zapatito en la casa de la amante para que le traiga algo. Sino, miralo a Melchor, que el domingo cuando vino a la pileta dejó las chancletas en casa.
Melchor: Siempre el mismo hijo de puta ¡eh!. Te dije mil veces. ¡Me las olvidé!
Baltasar: Vamos que estoy cansado.

Recogen las bolsas, suben a los camellos y parten.

Fin

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sábado, 15 de mayo de 2010

Cielo e infierno


Cielo es el lugar donde los policias son ingleses, los chefs son italianos, los mecánicos son alemanes, las amantes son franceses y todo está organizado por los suizos.

Infierno es el lugar donde los policias son alemanes, los chefs son ingleses, los mecanicos son franceses, los amantes son suizos y todo está organizado por los italianos.

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miércoles, 7 de abril de 2010

Se le perdio el Lorito

Me encontré este cartel en Calle 7 y Plaza Italia, en La Plata. La vieja perdió un lorito. Parece que lo tiene un taxista, aunque algunos en el barrio dicen que Pedro, el loro, se cansó de la vieja, se tomó el primer tacho que pasaba y se fue a la mierda.

Es difícil ser lorito, ¡eh!.


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viernes, 26 de marzo de 2010

Pepinos

Ando de viaje, con lo cual las anécdotas se multiplican. El otro día hice el tramo Panamá-Lima en un vuelo de COPA. Por suerte tengo la posibilidad de viajar en primera clase. Allí te sirven comida rica, los asientos son casi camas, y uno vuela como si estuviera en el living de su casa.

La señora que iba al lado mío parece que también estaba cómoda. Como en su casa, o mejor. No se comió la comida. No tenía hambre. Sí tenía frio. Así fue que agarró la ensalada que nos sirvieron, le sacó las dos rodajas de pepino que ésta llevaba y se las puso en los ojos. Luego, tomó la manta, se tapó hasta el cuello, reclinó su asiento y durmió.

Para sorpresa de todos, durmió más de dos horas con dos rodajas de pepino en sus ojos. Así, con un buen par de cojones, sin importar un carajo lo que decía el resto . ¡Viva la gente que todo le da igual!. Me encanta.

¡Salud, por la señora!

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viernes, 5 de marzo de 2010

El espejo de Dany

Daniel es un ex compañero de la secundaria que tuvo la suerte de tener un padre con plata. A él le interesa poco tener plata, denominador común en toda la gente que ya nace con plata: la plata no le importa. No le importa porque la tiene, sino le importaría.

En el año 1993, el padre de Dany le regaló a él un departamentito de unos cincuenta metros, ubicado en el edificio de la calle cuatro y cuarenta y seis, en La Plata, por haber cumplido dieciocho años.

Con el tiempo empezamos a darle bastante utilidad al departamento. Lo primero que hicimos fue ponerle un jacuzzi. Después le mejoramos la cocina. Más adelante hicimos que la habitación se pareciera a la de un hotel alojamiento. Al año, el departamento era una preciosura. Tenía todo lo que un buen bulín tenía que tener, vieja reminiscencia de película de Olmedo y Porcel.

Por el departamento habrán pasado más o menos unas cincuenta chicas que prestan servicios sexuales a cambio de dinero. También de las que no cobran, pero de esas fueron bastante menos. Un día le tocaba a uno, otro día a otro y así.

Llegó un momento que no sabíamos qué hacerle al departamento. Un poco nos habíamos aburrido de lo de siempre. Estabamos los tres amigos sentados en el sofá y yo pregunté: Che, ¿y ahora qué más le podemos poner para divertirnos?. Silencio. Ya no se nos ocurría nada. A los diez minutos, con el televisor de fondo, Lucho baja el volumen y dice: ¿Y si ponemos cámaras para filmar todo?. Ni en pedo, dijo el dueño del departamento. Mucho trabajo, además no tenemos que dejar evidencia de nada y no sé de dónde voy a sacar plata para un sistema de cámaras, sintetizó.

A la media hora, Lucho de nuevo: tengo una idea. ¿Cuál?, dijimos. Se paró y nos dijo: vengan. Nos llevó al baño. Miró el espejo y dijo que la idea sería sacar el espejo, hacer un hueco en la pared y poner un vidrio espejado tapando el hueco. Luego nos llevó a la habitación y nos mostró que si hacíamos ese hueco, quedaría escondido en el ropero donde Dany guardaba alguna ropa. Genial. ¿Y a quién le miramos el culo?, pregunté. A todas nuestras compañeras del colegio, dijo. Enorme, el tipo.

Nos gustó, lo hicimos. A la semana siguiente nos pusimos manos a la obra. Sacamos el espejo, hicimos un hueco en la pared que daba al placard del dormitorio, y pusimos un vidrio espejado. Era prácticamente imposible estar en el baño y ver que alguien te miraba.

A los quince días de haber testeado el espejo con una chica pagada, decidimos organizar la reunión con las del colegio. Sin embargo, antes teníamos que definir la estrategia para la utilización correcta del espejo ya que cuando una iba al baño, uno de nosotros iba a tener que irse a la habitación, meterse en el ropero y espiar.

Ustedes son dos nabos, nos dice Lucho. Yo no voy a estar presente en la reunión, continúa. ¿Cómo que no?, le digo yo. No, me dice él. ¿Te lo vas a perder?, le pregunto preocupado. No, no, me contesta, quienes se lo van a perder son Ustedes dos, yo me voy a internar en el ropero y me paso toda la noche ahí mirando el desfiladero de minas. El hijo de puta era mucho más rápido -o pajero, no sé- que nosotros, nos pidió que compraramos mucha cerveza, y que siempre mantengamos la música alta. Perfecto, todo organizado.

Organizamos la reunión para un sábado. Lucho internado en el ropero, Dany y yo de anfitriones. Pasó una hora, ninguna iba al baño. Dos horas, nada. Tres horas, tampoco. A la cuarta hora, a la gorda Cynthia se le ocurre ir al baño, una compañera rellenita de ciento catorce kilos. Fue la única que pasó por el baño en toda la noche. Nos fuimos todos al centro, y el baño solo fue utilizado una sola vez. Lucho metido en el ropero.

El domingo en la madrugada, cuando volvimos del centro, nos reencontramos con Lucho durmiendo en el sofá con la tele encendida. Estaba indignado. Nos contó que lo mejor que había podido ver durante toda la noche, fue a la gorda Cynthia haciendo una fuerza sobrehumana para poder cagar, y que luego se gasto sesenta metros de papel higiénico para limpiarse semejante culo.

La desilusión de ese ser humano era tan, pero tan grande, que con Dany decidimos mandarle una paraguaya tetona que frecuentaba el departamento, como regalo al buen amigo.

Creo que fuimos generosos.

El del 0.33%

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miércoles, 10 de febrero de 2010

La culpa es tuya

Resulta que estoy mirando el diario Perfil, y dice el titular: Anuló el matrimonio porque ella tenía barba y era bizca.

Vamos a ver. Vos salís una noche, ponele un sábado, te pusiste en pedo, cuatro y media, cinco de la madrugada estás más solo que Robinson Crusoe y la viste ahí.

- Hola harmosa, ¿sodita?
- ¿Eh?
- Si estás sodita o agompaneada, devena.
- Sola, sí, como te llamás.

Y ahí arranca el tema. Terminas bien la noche, contento. Domingo tres de la tarde, te despertaste solo, con resaca. Cuatro y media teléfono, ella, para preguntarte cómo estás. Con resaca, cómo vas a estar. ¿Nos vemos más tarde?, te dice. Ni en pedo, pensas. Bueno dale, te llamo porque no sé qué voy a hacer todavía, le terminás diciendo. Ese domingo no la ves, tenés que ir a la cancha, volver, escuchar cómo terminaron los demás partidos, cenar, ver el resumen de goles e irte a dormir.

Lunes, te llama cuatro veces. Martes, ocho veces. Uno es un caballero, no podés insultarla ni decirle que no te llame más. Una vez más, si o si la tenés que ver. Listo, quedaste para el Jueves.

Jueves. Sobrio. Nueve en punto. Llega. Chasco. La viste y pensas cuál habrá sido el nivel de alcohol para cometer semejante error. Te saluda, la saludás. ¿Qué tal estás?, te dice. Vos por dentro pensás, para el culo. Bien, bien. Ahí empezás a pensar cómo hacés para huir. Le decís que te tenés que ir. ¿Tan rápido?, te dice. ¡Volando!, pensas. Sí, mirá me tengo que ir porque mamá está internada. ¿Es grave?, te dice. Mirá, el médico me dijo que se moría entre hoy y mañana, así que no puedo faltar. Pobre, ¿qué tiene?, te rompe las pelotas. Influenza H1N1, le decís. Taxi, au revoir.

Listo. Te fuiste, no la viste nunca más en tu puta vida. Esto es lo normal en Occidente, detalle más detalle menos. Pero, pero, pero aparentemente en Oriente, de donde era oriundo el tipo de la noticia, es distinto. Vos no le podés ver la cara a la mujer, porque en todo momento viste un velo. Y solo casándote podés quitarle el velo.

Jodido, ¡eh!. ¿Cómo comprás sin ver?. Es como comprar por internet. A veces te cagan. Pero, hoy por hoy hasta eBay tiene la posibilidad de devolver lo que no te gustó. ¿Cómo hacés con una mina?, imposible. Además hay una cuestión estadística, uno cuando sale a la calle de cada diez mujeres, máximo tres están buenas, cinco te las bancás como amigas y dos que no las casa ni Roberto Galan. Ojo, porque hay países donde los números son mucho menos favorables. En el mejor de los casos, tenes que tomar la decisión de casarte, con una probabilidad de solo treinta porciento.

Además con el tema del velo, vos por ahí te hacés la cabeza porque tiene linda voz, y luego te encontrás con una que se parece más a Tevez que a Pampita. El velo es el problema. Ni las curvas te deja ver. ¿Y si no tiene curvas y es una tabla?. ¿Y si en vez de una tabla es un redondel?. Abajo de esa sábana se puede ocultar cualquier forma geométrica.

Lo que pasa que la mina es turra, también. Porque si está buena no te lo dice. Y si es fea tampoco. Nadie en este mundo se mira al espejo y dice: ¡Qué feo soy!. Porque el cerebro viene preparado para que cuando vos te veas en el espejo te reconozcas como vos mismo. Entonces nunca te ves feo. Te podés ver gordo. O flaco. O alto. O petiso. Podés desear más músculo. Pero feo no se ve nadie en condiciones normales.

Ahora, ojo, el tipo es un pelotudo. Porque fijate, cuando vos ves el aviso clasificado en el diario y llamás para hablar con el dueño del auto que se vende, lo ametrallás a preguntas antes de ir a verlo. ¿Chocó?, ¿La pintura como está?, ¿Y de motor?. Acá lo mismo. Vos te sentás a tomar un té -porque los árabes toman té- y ahí le podés ir preguntando de a poco.

Che, y contame un poquito de vos, ¿de tetas cómo venis?. Así le podés hacer un radiografía. Pero claro, nunca te va a decir que tiene barba o es bizca. Está bien. Ocultar vale. En Occidente nos pasa igual. Vos te juntás con una mina que te parece encantadora y luego no era así. Y vos tampoco le dijiste a ella que a la mañana te tirás pedos. Pero en el mundo árabe es más más complicado el tema, porque además de la mentira normal, tenés que adivinar qué se esconde debajo del velo. Conocer una mina en el mundo árabe es como participar de un programa de entretenimientos de sábado por la tarde: descubra qué se esconde abajo del velo.

No le veo solución. Quizás hay que cambiar la ley y que antes de dar el sí del casamiento, te permitan mirar. O sino que los tipos también usen velo. O que nadie use velo. Pero estas alternativas están lejos de la cultura árabe.

Se me ocurre una alternativa mejor: todas las minas antes de usar velo, tienen que ser calificadas por un grupo de especialistas. Como si fuera un defile, ponele. Entonces después del desfile la mina se lleva la nota a casa. Puntuación de cero a cien. La calificación la tiene que llevar bordada en el velo. Si te sacaste quince, te jodés. Buscate un tipo de quince. Siempre hay un roto para un descosido.

¿¡O no!?

El del 0.33%

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lunes, 1 de febrero de 2010

Conociéndome

A lo largo de mi vida he ido conociendo mi cuerpo cada día más. No hablo desde el punto de vista visual, ni tampoco esos primeros años donde uno descubre que tiene pito o un agujerito en la panza que se llama ombligo.

Hablo de otra cosa. Hablo de saber cómo funciona. Qué pasa si como tal cosa bajo ciertas condiciones. Qué pasa si bebo tal cosa en exceso. Y así.

Voy a empezar por el final: en mi vida me cagué encima cuatro veces. Literalmente. Así como lo leen. Tengo la desdicha de tener mi sistema digestivo muy rápido y tener la necesidad de cagar tres o cuatro veces por día. Y a veces no llego, bien porque estoy lejos de un servicio o bien porque el torrente es tremendamente insostenible.

De las cuatro veces que me pasó la tragedia, quiero contarles la peor. La más inmunda, pero a la vez la más placentera.

Tenía diecinueve años. Estaba en segundo año de la facultad. Me junté con unos compañeros en un bar del centro de La Plata. Bebí, me divertí, y en un momento noté que era tarde y decidí irme para mi casa. No había tomado nada de alcohol, porque mi viejo me había prestado el auto.

Salgo del bar a las dos y pico de la madrugada de un viernes, me subo al auto y perfilo para mi casa. A las pocas cuadras, empiezo a notar que toda la Coca Cola con hielo que había tomado, empieza a hacer revolución. No lo aguantaba. Se venía. Ya estaba ahí. Doblo a toda velocidad por Plaza Italia, y antes de tomar la diagonal setenta y siete paro en la Estación de Servicio. Voy al baño, tiro del picaporte: Cerrado, exclusivo para clientes pida la llave en recepción.

Voy a recepción, no hay nadie, el único encargado estaba verificando el camión que llena los tanques, con lo cual no podía atenderme. Me subo al auto y me voy.

El semaforo de avenida trece y calle cuarenta lo pasé en rojo. Mis tripas se retorcian de una manera que era insoportable. No podía más. Pensé en parar en la Plaza Belgrano y cagar al lado de un árbol, me dí cuenta que lo mejor era hacer el trayecto que faltaba.

No frené en casi ninguna esquina. No le daba paso a nadie. La velocidad de aquél auto era por lo menos ochenta kilometros por hora, y tomaba las curvas como Carlos Sainz. Al fin llegué a mi casa.

Entro por el garage, y ahí tomé la primer decisión importante: cago en el baño que está al lado de la parrilla en el quincho a unos cuarenta metros de la casa o abro las dos puertas que faltan para llegar al baño de casa. Es de noche, hay que buscar las llaves salgo cagando a toda velocidad para el fondo.

Llego al quincho, tiro del picaporte, mi vieja había cerrado la puerta porque adentro guardabamos la máquina de cortar cesped y algunas cosas más. Me cagué pensé en un momento pero vi que la ventana del quincho había quedado abierta. Me metí por la ventana, corrí hasta el baño.

Llegué, rojo del dolor, me bajé los pantalones hasta abajo y en ese momento pasó lo peor. Explotó.

La panza se comprimió con los muslos de las piernas, los intestinos se apretaron y ¡¡bluuaaaff!!....Todo, absolutamente todo sucio. Azulejos blancos, piso blanco, inodoro, tabla y tapa del inodoro, rollo de papel hiégnico, piernas, pantalones, zapatos, camisa, todo era un cuadro pintado por mierda.

Luego de la explosión, tocaba lo peor. Limpiar todo. Lo primero que hice fue sacarme toda la ropa dentro del propio baño. Me quedé totalmente desnudo, con las piernas y los pies cagados. Agarré el jean y con eso me limpié un poco. Salí en pelotas por la ventana del quincho y fui a buscar la manguera.

Cuando estoy yendo por la mitad del parque con la manguera en la mano y en pelotas, mi hermano prende la luz de su cuarto y se asoma por la ventana. El dialogo fue más o menos este:

- ¿Qué hacés a esta hora en bolas? ¿Al quincho venis a garchar?
- No, me cagué encima.
- ¡Uuuhh! qué tipo más pelotudo.

Cerró la persiana y siguió durmiendo. Mi trabajo recién empezaba. Conecté la manguera, y me limpié con agua fria, en pelotas y en el medio del parque. Luego a manguerear todo, juntar la ropa y lavarla, cepillar los azulejos, el piso, y todos los accesorios del baño. Una vez que terminé con eso, trapo y lavandina, porque el olor que había no se iba con nada.

Deje todo perfecto. Sin embargo, aquella noche épica me ayudo a comprender que Coca Cola con hielo no puedo tomar más de un vaso pequeño. Con el tiempo también aprendí que el café con leche es letal, la pileta inmediatamente después de comer es tremenda, y cenar con el torso desnudo con un ventilador cerca, no tiene otro resultado distinto que una explosión de placer.

El del 0.33%

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domingo, 17 de enero de 2010

Inteligencia

"La inteligencia es la velocidad con que uno se da cuenta de cosas que para los genios son obvias"


Musgrave,amigo y coblogger. Aunque creo que se la robó de por ahí.

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