lunes, 1 de febrero de 2010

Conociéndome

A lo largo de mi vida he ido conociendo mi cuerpo cada día más. No hablo desde el punto de vista visual, ni tampoco esos primeros años donde uno descubre que tiene pito o un agujerito en la panza que se llama ombligo.

Hablo de otra cosa. Hablo de saber cómo funciona. Qué pasa si como tal cosa bajo ciertas condiciones. Qué pasa si bebo tal cosa en exceso. Y así.

Voy a empezar por el final: en mi vida me cagué encima cuatro veces. Literalmente. Así como lo leen. Tengo la desdicha de tener mi sistema digestivo muy rápido y tener la necesidad de cagar tres o cuatro veces por día. Y a veces no llego, bien porque estoy lejos de un servicio o bien porque el torrente es tremendamente insostenible.

De las cuatro veces que me pasó la tragedia, quiero contarles la peor. La más inmunda, pero a la vez la más placentera.

Tenía diecinueve años. Estaba en segundo año de la facultad. Me junté con unos compañeros en un bar del centro de La Plata. Bebí, me divertí, y en un momento noté que era tarde y decidí irme para mi casa. No había tomado nada de alcohol, porque mi viejo me había prestado el auto.

Salgo del bar a las dos y pico de la madrugada de un viernes, me subo al auto y perfilo para mi casa. A las pocas cuadras, empiezo a notar que toda la Coca Cola con hielo que había tomado, empieza a hacer revolución. No lo aguantaba. Se venía. Ya estaba ahí. Doblo a toda velocidad por Plaza Italia, y antes de tomar la diagonal setenta y siete paro en la Estación de Servicio. Voy al baño, tiro del picaporte: Cerrado, exclusivo para clientes pida la llave en recepción.

Voy a recepción, no hay nadie, el único encargado estaba verificando el camión que llena los tanques, con lo cual no podía atenderme. Me subo al auto y me voy.

El semaforo de avenida trece y calle cuarenta lo pasé en rojo. Mis tripas se retorcian de una manera que era insoportable. No podía más. Pensé en parar en la Plaza Belgrano y cagar al lado de un árbol, me dí cuenta que lo mejor era hacer el trayecto que faltaba.

No frené en casi ninguna esquina. No le daba paso a nadie. La velocidad de aquél auto era por lo menos ochenta kilometros por hora, y tomaba las curvas como Carlos Sainz. Al fin llegué a mi casa.

Entro por el garage, y ahí tomé la primer decisión importante: cago en el baño que está al lado de la parrilla en el quincho a unos cuarenta metros de la casa o abro las dos puertas que faltan para llegar al baño de casa. Es de noche, hay que buscar las llaves salgo cagando a toda velocidad para el fondo.

Llego al quincho, tiro del picaporte, mi vieja había cerrado la puerta porque adentro guardabamos la máquina de cortar cesped y algunas cosas más. Me cagué pensé en un momento pero vi que la ventana del quincho había quedado abierta. Me metí por la ventana, corrí hasta el baño.

Llegué, rojo del dolor, me bajé los pantalones hasta abajo y en ese momento pasó lo peor. Explotó.

La panza se comprimió con los muslos de las piernas, los intestinos se apretaron y ¡¡bluuaaaff!!....Todo, absolutamente todo sucio. Azulejos blancos, piso blanco, inodoro, tabla y tapa del inodoro, rollo de papel hiégnico, piernas, pantalones, zapatos, camisa, todo era un cuadro pintado por mierda.

Luego de la explosión, tocaba lo peor. Limpiar todo. Lo primero que hice fue sacarme toda la ropa dentro del propio baño. Me quedé totalmente desnudo, con las piernas y los pies cagados. Agarré el jean y con eso me limpié un poco. Salí en pelotas por la ventana del quincho y fui a buscar la manguera.

Cuando estoy yendo por la mitad del parque con la manguera en la mano y en pelotas, mi hermano prende la luz de su cuarto y se asoma por la ventana. El dialogo fue más o menos este:

- ¿Qué hacés a esta hora en bolas? ¿Al quincho venis a garchar?
- No, me cagué encima.
- ¡Uuuhh! qué tipo más pelotudo.

Cerró la persiana y siguió durmiendo. Mi trabajo recién empezaba. Conecté la manguera, y me limpié con agua fria, en pelotas y en el medio del parque. Luego a manguerear todo, juntar la ropa y lavarla, cepillar los azulejos, el piso, y todos los accesorios del baño. Una vez que terminé con eso, trapo y lavandina, porque el olor que había no se iba con nada.

Deje todo perfecto. Sin embargo, aquella noche épica me ayudo a comprender que Coca Cola con hielo no puedo tomar más de un vaso pequeño. Con el tiempo también aprendí que el café con leche es letal, la pileta inmediatamente después de comer es tremenda, y cenar con el torso desnudo con un ventilador cerca, no tiene otro resultado distinto que una explosión de placer.

El del 0.33%

7 comentarios:

Luciano dijo...

Tu desgracia me hace sentir bien, yo estoy en un nivel inferior al tuyo pero en la misma dolencia. Además siempre tengo suerte,encuentro baños y libros que no me dan pena destrozar para limpiarme en cualquier lado.
Suertte, conozcase a usted mismo y pare de sufrir.

Gracias por la risotada.

Sisifodichoso dijo...

Me quede pensando que hubiese pasado si esto te pasa mientras se afanaban el citroen!!

La cafeina tiene efecto laxante para mucha gente (cafe y coca), pero se ve que en tu caso te matan los cambios de temperatura.

El del 0.33% dijo...

Motonet, es increíble que hayas roto libros para limpiarte!!! jajajajaja!

Sisi, el cambio de temperatura me mata. Es eso, sin dudas.

Luciano dijo...

Je, si, uno fué un manual de Unix que dejé hecho girones, cero culpa.

Tincho dijo...

Cagarme encima, nunca. Es mas una vez pensé que me había pero por suerte no. Me puedo aguantar muchísimo.

Una sola vez me meé encima porque la maestra (de segundo o tercer grado) no me dejó ir al baño cuando se lo pedí. Si te lo pido es porque lo necesito querida!!!

H dijo...

JAJAJA ME CAGUÉ (DE RISA) DEL PRINCIPIO AL FIN! CON EL DEL VELO TAMBIÉN, JAJAJA!!!

Hernán dijo...

Creo que es la primera vez que lloro de risa al leer. ESPECTACULAR