sábado, 14 de noviembre de 2009

La suerte de la cuadra larga

Éramos todos quilomberos. Los quince componentes de la barra de amigos llegamos a la adolescencia habiéndonos metido en mil quilombos. Todo eso se combinó con excesos de alcohol, drogas blandas, pastillas y muchas pero muchas ganas de reirnos del resto y de nosotros mismos.

Ese sábado volvíamos caminando desde el centro de la ciudad hasta nuestro barrio, La Loma, solo seis amigos que habíamos pasado una noche tranquila. Nunca un micro, nunca un taxi, siempre caminando bien porque no teníamos plata o porque el viaje resultaba parte de la salida.

Eran en total veinte cuadras desde ocho y cuarenta y ocho hasta treinta y siete y veinticinco bajando por la diagonal setenta y tres. Once cuadras largas y nueve cortas. Digo cuadras largas porque quien vive o estuvo en La Plata sabe que por razones pitagóricas las cuadras de las diagonales miden cuarenta metros más que las cortas.

El trayecto fue durante años un túnel de profundas charlas, de filosofía barata, de fútbol, de mujeres, de amigos, de futuros inciertos, de planes, de ilusiones, de todo. Yo tenía diecisiete años y en mi bolsillo guardaba un carné de conducir que aún mantenía el calor del plastificado que le ponen en la Dirección de Tránsito. Hacía solo dos días que podía manejar.

La presión de mis amigos la empezó Emiliano cuando comenzamos el regreso desde el centro a las cuatro y pico de la madrugada. Emi cada vez que fumaba porros se ponía insoportable con algún tema. Esta vez me tocó a mí:

- Che pelotudo, ¿cuándo vamos a dejar de caminar? Ya tenés el carné
. Me dice.
- No tengo auto. No rompas las pelotas y caminá. Le contesté, totalmente borracho.
- ¿No ves que sos un pelotudo? Para que tenés carné. No le di bola.

Seguimos caminando, pero claro, empezó el porrero y siguieron los demás borrachos: ¡Qué lindo va a ser cuando no caminemos más!, dice uno. ¡Sí!, replica el otro. Porque vos sos el único que tiene el carné, dice Memo que siempre caminaba entre diez y quince metros delante del resto.

Mi ilusión por manejar no podía contenerla y se los dije. No veía la hora de subir a toda la tribu a un auto y no tener que caminar un centímetro más. La charla cambió de rumbo y no se volvió a tocar el tema por un rato.

Llegamos a treinta y nueve esquina veinticuatro. Allí había un Citroen 2cv del año setenta y uno a la venta. Celestito con un cartel que decía: Vendo particular, mil cien pesos. Bastante arruinado de chapa. Emi se para adelante y dice:

-¿No te gustaría uno como este?.
- Sí, obvio. Pero no tengo un mango, lo sabés. Le dije.

Memo, el Gaucho, el Nono y mi hermano se ponen atrás del Citroen y lo empujan. Se mataban de la risa mientras decían y dale, si te gusta llevalo. Emi, abre la ventana delantera, destraba la puerta de aquel viejo auto y se sienta del lado del acompañante. Dale vamos, los chicos empujan, me dice.

Totalmente borracho, me subí a ese Citroen mientras los otros cuatro empubajan por atrás. Lo subimos a la Plaza Alberti, nuestra plaza de barrio que estaba justo enfrente, y me fui manejando hasta la otra punta a las carcajadas, claro.

Cuando los que empujaban dejaron de tener el beneficio de la pendiente en bajada de la calle, cuestión que simplificaba el asunto, pretendieron que lo pusiera en marcha. Y lo hicimos. Emiliano, que hacía su secundaria en una escuela técnica, tenía bien claro cómo arrancarlo sin romper nada, solo desconectando dos cables.

Es increíble que alguien totalmente borracho y con efectos de la marihuana haya tenido la capacidad de diferenciar dos cables de arranque en una maraña que se escondía detrás del pequeño velocímetro, y solo alumbrado con un encendedor zippo.

Con el auto arriba de la plaza y en marcha, nos subimos los seis amigos y nos fuimos a dar vueltas por toda la ciudad. Estábamos contentísimos, éramos felices, cumplíamos el sueño de acabar con todas esas horas de caminata, con todas las lluvias, con todos los fríos de todos los inviernos que nos tocaba ir y venir, solo para divertirnos en el centro.

El auto lo hicimos propio. Fuimos al centro, parábamos en los boliches, bajábamos, volvíamos a subir y nos íbamos hacia otro lado. Entre los seis, juntamos tres pesos para echarle común en una estación de servicio cercana a la cancha de Gimnasia. No teníamos un mango más.

Luego de yirar por casi tres horas, decidimos devolver el Citroen al dueño. Volvíamos del centro por el mismo camino que hacíamos caminando, pero la felicidad se terminó cuando una cuadra antes, exactamente en diagonal setenta y tres y cuarenta, vimos al dueño del auto parado en la vereda de su casa de calle treinta y nueve con todas las luces encendidas y mirando para todos lados. Frené de golpe.

Nos vió. Lo vimos. Las risas se transformaron en velorio. Los que iban atrás se bajaron y salieron corriendo. El tipo empezó a correr hacia nosotros. Emi y yo quedamos petrificados adelante, y lo veíamos venir. Nos bajamos como locos, cerramos la puerta y le grité: ¡Emi, empujalo que sigue solo en la bajada!. Y así fue, empujamos y el auto empezó a irse solito hacia donde estaba su dueño, con el motor apagado y las luces encendidas. En sentido opuesto, había seis irresponsables corriendo despavoridos por cuanta calle hay en esa intersección.

Esa noche nos salvó la cuadra larga. Era muy complicado que ese señor nos agarre, dado que tenia que correr ciento cincuenta metros de la diagonal en subida. Además seguramente lo primero que hizo fue atajar su auto, que a los pocos metros había tomado una velocidad difícil de detener sin el freno.

Del señor nunca supimos nada. Tampoco del Citroen. En la comisaria no se habían hecho denuncias por robo, dato que siempre nos daba el Cabo Martínez, primo del Gordo, componente fundamental de la barra de amigos. El domingo no nos vimos. El lunes, martes y miércoles tampoco. Fue recién el jueves que nos sentamos en la esquina de siempre.

No volvimos a pasar por donde estaba el Citroen por más de un año. El camino para ir y venir del centro, ya no tenía veinte cuadras, sino veinticuatro. Cortas y largas. Pero ninguno de nosotros se arrepintió de pagar ese precio. Nos robamos un Citroen, pero fuimos muy felices, mientras duró.

El del 0.33%

4 comentarios:

Tincho dijo...

Jajajaj! No me dijiste que tenias este blog... con razon!

Luciano dijo...

A mi viejo le robaron el Citroen y loencontramos a dos cuadras de casa enterito.
Déya Boo.

Anónimo dijo...

Cero... 17 años. Debe haber sido a fines de los 80 (antes el registro se sacaba a los 18). Lo que me mato son los 100.000 pesos ya que debian haber sido australes, pero por ahi estoy equivocado al adivinar tu edad.
Me hiciste acordar al verano del 91 (tenemos practicamente la misma edad). Yo tenia 17 y registro recien sacado (noviembre del 90, 17 años). Mis viejos, con mis hermanos menores, se fueron de vacaciones un mes a la costa. Yo ya no veraneaba con mis viejos. Y se llevaron a mi abuela Maiti, que tenia, a los 82 años un Ami8 del 70 y pico. Al Ami lo dejaron en el garage de casa, y como ya me habian agarrado con algunas mentiras al pedir el auto se llevaron las llaves de paseo al mar (apenas saque el registro, le dije a mi vieja que me iba al Campo Argentino de Polo a ver a un amigo que jugaba la final de la Copa Cámara de Diputados; era verdad, tenia entrada y todo, se la mostré. Solo que enfilé su VW Carat (autazo) para Rosario, donde Boquita jugaba con Newells. Me vendieron los pulgones de ruta, que olvidamos limpiar detras de los espejos retovisores). Sin puta idea acerca de mecánica (bachiller), desarme el tambor del arranque con un destornillador y empece a cruzar los cables. Al toque arrancó. Pasamos un verano en buenos aires de puta madre con los chicos. Zona Norte, Oeste y Sur a pleno, sin subirnos a un bondi. Encima fuimos varios los que tuvimos encuentros cercanos del mejor tipo al ritmo de una amortiguación unica en la historia automotor. Hoy miro para atras y me estremezco pensando en que lo dejabamos estacionado en cualquier lado (literalmente) sin llave y con los cables pelados colgando. Gracias por el paseo por Memory Lane.

Saludos.

Eric V

El del 0.33% dijo...

Eric, gracias por el comentario. Muy bueno. Son esas cosas que uno nunca se olvida.

Yo nací en Septiembre de 1975. En mi época el registro se sacaba a los 17.

Un abrazo,